Publicado en durangon.com, 20.02.2011.

Este pasado viernes he tenido ocasión de compartir sobremesa con Patxi Juaristi (Markina-Xemein, 1967) entre otros. La tarde dio para mucho, pero algunas de las reflexiones allí realizadas me retrotraían a la afirmación que en mi primera aportación a esta columna hice, en la que afirmaba que esta crisis es una crisis, sobre todo, de valores. Al hilo de aquel compromiso, expresado en aseveración profundamente consciente, quiero compartir con los lectores hoy esta reflexión.

Elinor Ostrom, primera mujer Nobel de Economía en 2009, recibió el galardón por el trabajo realizado sobre la efectiva administración de los bienes colectivos poniendo, por un momento, en primer plano un debate muy vinculado a la gestión de la cosa pública (res publica) y la sostenibilidad del modelo de crecimiento actual.

Relación de los vascos con los bienes
Históricamente, en la tradición vasca ha destacado como principal factor o elemento de derecho sobre las cosas el sentido de responsabilidad, y no la propiedad privada basada en los derechos de uso y abuso tanto de los bienes como de los frutos de los mismos. Desde este punto de vista, lo que se heredaba no era la propiedad de los bienes que daba derecho al propietario a hacer con ellos lo que quisiera (ius abutendi – de la raíz abuso), sino su disfrute y administración (ius utendi -relativo al uso- y fruendi – relativo a los frutos).

Lo que subyace en esta tradición, reflejada en la troncalidad de la trasmisión del caserío por ejemplo, es que lo realmente trasmitido de generación en generación no es el derecho absoluto sobre los bienes sino el compromiso de utilizarlos responsablemente. De hecho, en euskera, se ha venido matizando muy bien el significado de ‘jabe’, cuyo significado connota responsabilidad (‘jabetu’, hacerse cargo de), si bien la traducción directa más común al castellano ha sido “propietario”.

Actitudes esperadas del sujeto
No estaría mal que, de cuando en cuando, cada uno de nosotros nos miráramos en esta tradición de responsabilidad y analizáramos qué uso hacemos de los bienes que poseemos. Mirarnos como administradores temporales, nos haría ver las cosas de otra forma, una forma más autocrítica.

Así, en nuestra vida privada, sopesaríamos más dónde invertimos nuestros ahorros; si en una compañía de tabaco o en una institución educativa; si en un banco con inversiones especulativas o no. Porque en el fondo, también somos responsables de lo que con esos ahorros se haga finalmente.

La participación en la cosa pública
Si cada uno de nosotros debemos hacer ese examen de responsabilidad respecto a la gestión que hemos realizado de nuestros bienes, el rigor debe crecer exponencialmente en los casos en que la encomienda de gestión es real y sobre bienes de la comunidad, es decir, cuando actuamos como gestores de la cosa pública.

Incluso en la democracia ateniense, origen de la tradición política occidental, donde la participación de los ciudadanos en la república (res publica, o cosa pública) era directa y universal, existían importantes discusiones sobre si las personas que no eran capaces de administrar su economía debían poder participar en la administración de lo común (Profesor Dr. Winfried Schmitz, 2008).

Me sumo al lema de los Infanzones de Obanos que hizo suyo D. Manuel de Irujo, “gizaki libre, aberri libre baten”. Sin embargo, creo que no podemos olvidar que debemos actuar de forma responsable sobre nuestros bienes, casi como si sólo fuéramos unos administradores temporales de los mismos.

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