Publicado en durangon.com, 10.04.2011.
El fenómeno del envejecimiento se observa en Europa con perplejidad, seguros de su llegada y paralizados por sus efectos. Sociedades como la finlandesa prevén que el 50% de su población sea mayor de 60 años en torno a 2025, la vasca no está muy lejos en el ranking del envejecimiento poblacional. El Eustat proyecta para 2020 que el 23% de la población vasca superará los 65 años de edad.
Buenas noticias
Resulta que las sociedades occidentales han pasado de iniciar el siglo XX con una esperanza de vida de 40 años a finalizarlo, con una de 78 años (datos para el estado). Actualmente la esperanza de vida vasca supera los 82 años. Los avances científicos logrados en el campo sanitario, así como la mejora de otros determinantes de la salud como el diagnóstico de enfermedades crónicas y degenerativas, han ocasionado dicho aumento en la esperanza de vida, tanto en hombres como en mujeres.
Este hecho, junto a otros procesos demográficos, está provocando un importante envejecimiento de la población, que debemos reconocerlo como una buena noticia en sí mismo. ¿Acaso hay alguna alternativa mejor que envejecer?
Corrientes de fondo
Sin embargo, en los últimos tiempos observo con preocupación dos fenómenos; uno de largo recorrido, que ha encumbrado los valores como la juventud y la belleza, denostando la vejez, y otro de más reciente surgimiento, que pone en primer plano el envejecimiento de la población como origen de muchos de los males que le toca sufrir al estado del bienestar.
Si bien es cierto que el paulatino envejecimiento de la población cuestiona la sostenibilidad de los actuales sistemas de pensiones, salud y servicios sociales, no podemos caer en la conclusión simplista y egoísta de que el incremento de la esperanza de vida es negativo. De hecho, en gran medida estos sistemas, cuya actual forma de funcionamiento está en cuestión, han sido los principales factores para alcanzar esta esperanza de vida.
Girémonos
Con todo, y antes de que estos mensajes catastrofistas calen demasiado hondo, quisiera proponer un cambio de paradigma sobre la vejez y las personas mayores. Si actualmente se asocia vejez con ocaso vital, improductividad y dependencia, me gustaría que reflexionáramos.
El ocaso vital no puede comenzar a los 63 años (edad efectiva de jubilación) cuando todavía nos quedan 20 años de vida (el 20% de nuestra vida), de los cuales más de la mitad se viven de forma saludable en la mayoría de los casos. Sí, menos del 10% de la población mayor necesita de ayuda para realizar una vida normal; por tanto, los datos nos demuestran que tampoco vejez es sinónimo de dependencia. Y a riesgo de que suene demasiado poético, en mi condición de economista, debo añadir que las personas mayores son también productivas. Porque si le pusiéramos precio a sus horas de “profesores” de gimnasia en el parque con sus nietos, de “profesores” de euskera en la trasmisión de la lengua o calculáramos el salario equivalente a su labor de voluntariado en asociaciones y ONGs, tendríamos un buen crecimiento del PIB.
Cambiar este paradigma es sobre todo un deber moral, pero también puede convertirse en una oportunidad social sin parangón. Nunca en la historia habían coincidido durante tantos años tres generaciones; hagamos de la coincidencia generacional, convivencia intergeneracional. ¡Girémonos!