Publicado en durangon.com, 27.03.2011
Esta semana hemos recibido la noticia de que, por fin, las cajas de los tres Territorios Históricos de la Comunidad Autónoma de Euskadi se han puesto de acuerdo para arrancar un proceso de fusión. Si bien la noticia ha sido acogida por un aplauso generalizado, considero que la cuestión merece ser analizada con algo de cautela. Veamos algunas claves para entender mejor el proceso.
El origen de las cajas
En la denominación completa de las cajas de ahorros se mantiene, en muchos casos, la denominación “Caja de Ahorros y Monte de Piedad”. Esta revisión etimológica da pie a una reflexión sobre el origen de las cajas.
En un principio, los montes de piedad surgieron para facilitar a los más pobres financiación a cambio de endeudarse en su devolución, que de otra forma no obtendrían del sistema financiero. Siglos más tarde, se crearon las cajas de ahorro, que pretendían recoger los pequeños ahorros de las clases más humildes de la sociedad y remunerarlos en cierta medida. Ambos aspectos son los que diferencian las funciones de las cajas y algo de ellos se debería percibir en su labor; facilitar financiación a quienes de otro modo lo la obtendrían y remunerar a los pequeños ahorradores por sus pequeños depósitos.
En lo que respecta a la titularidad de las cajas, en coherencia con su impulso fundacional, está muy vinculada a sus orígenes y funciones. En los casos vascos, las Diputaciones y ayuntamientos, como entidades fundadoras, tienen representación en la asamblea (máximo órgano de decisión), así como los impositores (los ahorradores de las cajas) y los trabajadores mediante sus representantes. Por tanto, la ‘propiedad’ de las mismas está muy vinculada a sus ‘clientes’ y su vocación de servicio a los ciudadanos de un territorio.
El impulso normativo
Este mismo mes de marzo, hemos presenciado una reforma exprés del sistema financiero español, justificada en que “las incertidumbres que existen en los mercados no dificulten la recuperación económica”, según la Ministra de Economía.
Entre otras cuestiones, la reforma establece exigencias mayores a las cajas que a los bancos, cuestión poco ética, y que auguro acabará en el Tribunal de Defensa de la Competencia. Es cierto, que algunas cajas estatales animaron el desastre inmobiliario-financiero, pero no todas. Así, aprovechando la coyuntura, se ha puesto en marcha un proceso de bancarización de las cajas, ‘por Decreto legislativo’, obligándoles a convertirse en bancos si quieren estar en igualdad de condiciones con ellos.
Fusión a tres y más
Así las cosas, todo parece estar encauzado. Salvadas las diferencias sobre la forma de fusión en los órganos rectores, sólo queda que las asambleas ratifiquen la propuesta que, a buen seguro, los tres presidentes ya tendrán esbozada. Sin embargo, la velocidad y nivel de tecnificación de estos procesos acostumbran a no dejarnos juzgar el calado de la propuesta.
En este caso, nos están proponiendo dos decisiones en una; por un lado, la fusión de tres cajas, en la intensidad que sea, y por otro lado, la bancarización de las mismas. La bancarización supone pasar el negocio financiero a una entidad privada, un banco, con accionistas o propietarios, que ahora nos prometen serán las propias cajas. Pero esto abre la puerta a la entrada de otros accionistas, que teniendo tan recientes los casos de Badiola en la Real Sociedad o Florentino Pérez en Iberdrola, no generan ninguna confianza.
Por tanto, contar con una Caja de Ahorros vasca fuerte es una buena noticia, pero convertir tres pequeñas cajas vascas en un gran banco vasco no lo es tanto, porque quizá mañana no sea vasco y porque puede perder la función social consustancial a la definición de las Cajas de Ahorros y Montes de Piedad.